Categories
Reflexiones

Fe y ansiedad

El 17 de julio del año 70 por primera vez después del exilio en Babilonia, dejan de celebrarse sacrificios en el Templo.
 
Desde entonces, nunca más los ha habido.
 
Y Jesús profetiza con dolor esa destrucción de Jerusalén, y llora por ese pueblo – su pueblo – pero da un mensaje de esperanza: Jerusalén será pisoteada por las naciones, hasta que se cumplan los tiempos de las naciones.
 
¿Nosotros, compartimos esa esperanza?
 
Los psicólogos dicen que lo más característico del hombre de nuestra época es la ansiedad. Hay más gente que se preocupa y angustia por un mayor número de cosas, que en cualquier otra etapa de la historia humana.
Puede ser cierto este diagnóstico, pero esto ocurre porque fallamos en nuestra fe en Dios y en su providencia.
 
No es que hayamos seriamente renunciado a nuestra fe. Intelectualmente seguimos creyendo en Dios y en lo que El nos enseña. Sin embargo, nuestras obras nos llevan al borde del ateísmo. Nuestra fe no es una fe activa ni operativa. Nuestras creencias no impregnan nuestras actitudes y sentimientos.
Decimos que creemos que Dios es infinitamente poderoso, que ha creado y controla todo el universo. También confesamos que Dios es infinitamente sabio  y que sabe siempre que es lo mejor para el cumplimiento de sus fines. Afirmamos que sabemos que Dios nos ama a cada uno con un amor individual y personal, que busca siempre lo mejor para nosotros, es decir, lo mejor para llevarnos a la unión con El para siempre.
 
Si sabemos todo esto ¿como podemos ser víctimas de las preocupaciones?
La única respuesta posible es que vivimos nuestras vidas a dos niveles. A nivel de la oración, y las practicas de piedad, vivimos la fe. A nivel de la actividad diaria, somos unos ateos prácticos. Y por eso creemos que todo el peso del futuro recae sobre nuestras espaldas.
 
Preocuparse no es cristiano. La preocupación deshonra a Dios, porque presupone que Dios no es providente, y no tiene las cosas bajo control. Que Dios no se interesa por mi.
 
Tenemos si, la obligación de ocuparnos.
Pero nuestra ocupación debe ser generosamente complementada por la esperanza. Si no se convierte en preocupación. Nuestra confianza en Dios y en su constante y amoroso cuidado no debe disminuir.
 

 

El 17 de julio del año 70 por primera vez después del exilio en Babilonia, dejan de celebrarse sacrificios en el Templo.
 
Desde entonces, nunca más los ha habido.
 
Y Jesús profetiza con dolor esa destrucción de Jerusalén, y llora por ese pueblo – su pueblo – pero da un mensaje de esperanza: Jerusalén será pisoteada por las naciones, hasta que se cumplan los tiempos de las naciones.
 
¿Nosotros, compartimos esa esperanza?
 
Los psicólogos dicen que lo más característico del hombre de nuestra época es la ansiedad. Hay más gente que se preocupa y angustia por un mayor número de cosas, que en cualquier otra etapa de la historia humana.
Puede ser cierto este diagnóstico, pero esto ocurre porque fallamos en nuestra fe en Dios y en su providencia.
 
No es que hayamos seriamente renunciado a nuestra fe. Intelectualmente seguimos creyendo en Dios y en lo que El nos enseña. Sin embargo, nuestras obras nos llevan al borde del ateísmo. Nuestra fe no es una fe activa ni operativa. Nuestras creencias no impregnan nuestras actitudes y sentimientos.
Decimos que creemos que Dios es infinitamente poderoso, que ha creado y controla todo el universo. También confesamos que Dios es infinitamente sabio  y que sabe siempre que es lo mejor para el cumplimiento de sus fines. Afirmamos que sabemos que Dios nos ama a cada uno con un amor individual y personal, que busca siempre lo mejor para nosotros, es decir, lo mejor para llevarnos a la unión con El para siempre.
 
Si sabemos todo esto ¿como podemos ser víctimas de las preocupaciones?
La única respuesta posible es que vivimos nuestras vidas a dos niveles. A nivel de la oración, y las practicas de piedad, vivimos la fe. A nivel de la actividad diaria, somos unos ateos prácticos. Y por eso creemos que todo el peso del futuro recae sobre nuestras espaldas.
 
Preocuparse no es cristiano. La preocupación deshonra a Dios, porque presupone que Dios no es providente, y no tiene las cosas bajo control. Que Dios no se interesa por mi.
 
Tenemos si, la obligación de ocuparnos.
Pero nuestra ocupación debe ser generosamente complementada por la esperanza. Si no se convierte en preocupación. Nuestra confianza en Dios y en su constante y amoroso cuidado no debe disminuir.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *